Revista Nueva Minería

Nacido en Chuquicamata, la minería estuvo presente desde el primer momento en la vida de Hans Göpfert. Una destacada trayectoria profesional y académica confirman que su opción minera fue más que acertada

Por Daniela Tapia

Si la vida de Hans Göpfert se pudiera resumir en una frase, esa sería dedicación y esfuerzo. Y el hecho de haber nacido en Chuquicamata quizás, delineó su destino y forjó su relación inseparable con la minería.
La época universitaria reafirmó ese lazo cuando ingresó a estudiar ingeniería en la Universidad de Chile en 1960. “Si bien las exigencias eran duras -particularmente en primero y segundo año- una vez que se lograba tomar el ritmo, las actividades se volvían estimulantes y variadas”, cuenta.

Su elección por la minería surgió mientras cursaba segundo año de ingeniería, donde “el ramo de geología general que dictaba Jaime Silva, el libro de Juan Brüggen y la historia familiar determinaron mi orientación hacia la especialidad en minería. En ese momento, me sentí muy atraído por la geología”, relata Göpfert.
Tras ingresar a cuarto año, la Escuela de Ingeniería había incorporado a Jean Chevaillier como profesor de explotación de minas. El docente marcó la formación de muchas generaciones en esta área, atrayendo el interés de Göpfert en relación a su preferencia por la planificación y explotación de minas.

“Otro profesor que marcó mi enseñanza fue Carlos Díaz, quien con su guía acertada, incluso la árida termodinámica se hizo comprensible. Encarnó el precepto de que lo más importante es saber enseñar. Pero igualmente valiosos fueron sus comentarios más amplios sobre la industria minera y los desarrollos tecnológicos en especial, que nos hacían pensar más allá de los límites de su ramo”, recuerda.

Sus pasos en Enami

Su inserción en el mundo laboral no tardó en llegar, luego de culminar sus estudios superiores. En ese período, realizó diversas prácticas profesionales en faenas mineras y empresas, donde la última fue en la Oficina Cabildo de la Empresa Nacional de Minería (Enami), la que en esa época estaba desarrollando un intenso programa de fomento en aquella zona, con miras a abastecer su nueva planta de concentración.

“Innumerables son los ingenieros con quienes debí trabajar en Enami. A algunos los conocía desde la época de la universidad, mientras que a otros los fui conociendo en el camino. Cada uno me enseñó algo que me faltaba por aprender en el plano profesional además, de las lecciones de relación humana”, dice.

A mediados de 1971, el país cambió y con ello, también el rol de Enami el que se había redefinido. Así lo cree Göpfert con la perspectiva de los años mientras se desempeñaba en la institución estatal.

“En retrospectiva, sin duda que la nacionalización del cobre permitió activar una fuente de recursos que han sustentado, a través de los años, una inversión en el desarrollo del país, que de otra manera es difícil de imaginar. Y propendió al fortalecimiento de las instituciones ligadas a la industria minera -tales como el Centro de Investigación Minera y Metalúrgica (CIMM), hoy extinto, universidades, empresas de servicios y otros- que el modelo actual ha desmembrado”, señala.

Hasta 1980 se desempeñó en Enami, año en que comenzó a trabajar para la empresa Anaconda en el proyecto Los Pelambres, precursor de lo que sería la faena que años después desarrollaría el grupo Luksic. Tres años más tarde, cuando la empresa decidió que el proyecto no era rentable, se inició como consultor independiente, actividad que le reportó grandes lecciones.

Uno de sus clientes fue Anglo American, empresa que lo invitó a integrar el equipo que evaluaría y luego desarrollaría el proyecto Marte en el área de Maricunga. Tras concluida la construcción, fue transferido a Mantos Blancos como superintendente general de Mina.

“No fue muy duradera mi relación con Anglo American, ya que en 1990 mi amigo Alberto Meier me invitó a ser socio de Geovita, una empresa que recién había formado con otros colegas. En los siete años que estuve en el oficio de contratista de obras subterráneas aprendí mucho, completando mi formación de ingeniero en otros aspectos”, expresa.

En 1997 ingresó a Cade-Idepe invitado por Raúl Fuentes y Arturo Barriga. Años más tarde se integró como socio de la empresa, la que debieron vender en 2007 a Amec, donde trabaja actualmente.

“Complemento importante de mi actividad profesional a través de todos estos años ha sido el Instituto de Ingenieros de Minas de Chile, al cual me incorporé siendo un estudiante y donde he participado de diversas maneras”, indica.

Pasión por la academia

La veta académica también fue otra de sus pasiones. Las muestras son diversas. En la época de estudiante fue ayudante de diversos cursos de Geología en la Universidad de Chile; a partir de 1967, como integrante de una cátedra de Explotación de Minas que estructuró Enami en conjunto con Disputada de Las Condes; y en 1971, como responsable de cursos de Investigación Operativa para la Minería.

Junto con su trabajo profesional, continuó realizando clases, concentrándose en el tema de la explotación de minas subterráneas. “Si bien en 1988 dejé la Escuela porque no era compatible con la jornada de trabajo en el proyecto Marte, regresé pocos años después para integrar un curso de administración de contratos y proyectos mineros”, manifiesta.

“En 1993 tuve la oportunidad de que la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile me encargara estructurar un programa de formación continua en Ingeniería de Minas que denominamos “Programa de Capacitación en Innovación Tecnológica para la Minería”. Ese programa que estuvo vigente hasta el año 2001 fue muy exitoso, particularmente a partir de 1995 cuando Bruno Behn asumió como director del Departamento de Ingeniería de Minas. El plan de estudios es una de las piedras basales sobre las cuales se construyó el actual programa de postítulos y postgrados que ofrece la Universidad de Chile en Ingeniería de Minas”, comenta.