El mundo de Thomas Keller

11 junio, 2012
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11-06-2012 La Tercera – Noticias
Tras la abrupta salida de Diego Hernández, en junio Codelco estrenó nuevo presidente ejecutivo. Poco se sabía de Thomas Keller. Fuimos a buscar su historia y hallamos cosas como éstas: que es hijo de inmigrantes alemanes, que ama la música, que cantó en una banda en Viña, que mezcla el estilo frontal con el humor, que ha bajado 12 kilos en dos meses

El escenario de la discotheque Las Urracas, en Vitacura, fue el último en que Thomas Keller (55) tocó frente a público. Fue a fines de 2008. Ahí, en medio del show, él junto a su mejor amigo desde la juventud, Raúl Cruzat, demostraron que todavía podían tocar como lo hacían 30 años atrás en los escenarios de Viña del Mar. Ya no vestían pantalón pata de elefante ni cintillo en la cabeza. Quienes los escuchaban esa noche tampoco eran el público adolescente de los 70. Ahora, quienes aplaudían y coreaban las canciones eran los empleados de Cencosud, que celebraban allí su fiesta de fin de año.

En ese tiempo, Thomas Keller todavía no pensaba en la minería. Era el gerente general de la división de supermercados del consorcio de Horst Paulmann.

Tocaron ocho canciones. Tres compuestas por ellos mismos y el resto covers de Pink Floyd y Peter Gabriel. Cuando terminaron, los ovacionaron de pie. Keller y Cruzat, que jamás han dejado de ensayar juntos en todos estos años -el primero en voz y flauta traversa, el segundo en guitarra-, volvieron a sentir otra vez la adrenalina que no experimentaban desde sus tiempos universitarios.

El show de esa noche lo cerró Laurence Golborne, cantando. El ministro, que en ese tiempo era gerente general de Cencosud, ya conocía a Keller en esas lides: en un par de ocasiones anteriores habían compartido jornadas de canturreo.

El viernes 1 de junio, Thomas Keller se convirtió en el nuevo presidente ejecutivo de Codelco, cargo que su antecesor, Diego Hernández, dejó sorpresivamente por diferencias con el directorio. Todo eso en medio de la publicitada negociación que la cuprífera nacional lleva a cabo con la británica Anglo American, por los porcentajes de propiedad de cada una en la mina Los Bronces. A nadie extrañó, entonces, que una de las primeras actividades del recién nombrado Keller -quien desde el 2010 era el vicepresidente de Finanzas de la empresa- fuera ir por unos días a Londres para conversar con su contraparte.

El, en todo caso, no quiere hablar nada de eso. Dice que es materia confidencial, y que, además, en su historia personal ese es sólo el más reciente capítulo. Que hay temas mucho más antiguos, como la música. Aunque si es por orden cronológico, lo primero es, definitivamente, la sangre alemana.

“Mi papá, Arnold, llegó a Chile en los años 50 para contribuir al desarrollo del Departamento de Física de la Universidad Santa María. Era una persona especial, un físico dotado de una inteligencia superior. Mi mamá, también alemana, se vino desde Osnabrück a trabajar como laboratorista al Hospital Alemán de Cerro Alegre. Acá se conocieron y se casaron”, cuenta Keller, sentado en uno de los sillones de su nueva oficina en Codelco.

En 1957, nació Thomas. Dos años después, su hermana Eva, quien hoy es oftalmóloga en Viña del Mar. La familia vivió los primeros años en la Avenida Alemania, de cerro Alegre, en una casa de dos piezas. “Eramos, desde el punto de vista de los recursos, una familia bien modesta”, recuerda Keller. Luego se trasladaron a Viña, al barrio Miraflores, donde él vivió su infancia y adolescencia.

Lo que Keller hasta hoy no le perdona a su padre fue no haberle enseñado a tocar piano como él lo hacía. Quienes lo escucharon, cuentan que don Arnold era un virtuoso. “Cuando iba a la casa de Thomy hace 30 años, el papá siempre estaba sentado en el living tocando Chopin. El viejo era súper volado, concertista en piano, ¡una eminencia!”, dice Raúl Cruzat.

Thomas Keller fue al Colegio Alemán de Viña del Mar hasta los 13 años. A esa edad lo expulsaron por mala conducta. “En realidad, me recomendaron seguir en otra institución -recuerda, entre risas-. Es que era muy inquieto. Estoy convencido de que debo haber tenido déficit atencional, lo que pasa es que en ese tiempo no se conocía o se arreglaba a cachetazos”. Terminó sus estudios en los Padres Franceses de Valparaíso, desde donde egresó como el mejor alumno. “Cuando me cambié de colegio me mandé un cambio de switch de madurez y empecé a tomar muy en serio los estudios”. No se detuvo nunca más.

Ingresó en Viña a la Universidad Adolfo Ibáñez- que en ese tiempo, mediados de los 70, se llamaba Escuela de Negocios de Valparaíso, fundación Adolfo Ibáñez-, donde también fue el mejor alumno de la generación. Aunque no se ganó el premio. “Justo ese año cambiaron la naturaleza del premio y se lo dieron al alumno más ‘integral’ y no al de mejor promedio, que era yo. Se lo ganó Nicolás Ibáñez. Mi madre, hasta el día de hoy, no le perdona eso a la escuela”, cuenta.

En esos años, sin embargo, los estudios no eran todo lo que ocupaba su tiempo. Estaba la música. Un gusto que había comenzado un poco antes. Cuando tenía 14 años, a Keller lo enviaron a un internado en un pueblito de Alemania. Estuvo dos años y la música se le metió en el cuerpo. “Me llamó la atención un conjunto de rock que se llama Jethro Tull. Ahí hay un personaje que toca la flauta traversa en un estilo muy especial. Decidí, en ese momento, que ese sería mi instrumento”.

De regreso a Chile, ya era fanático de la flauta traversa. Y años después, en 1976, ya universitario, pudo cumplir su sueño de subirse a un escenario junto a ella. Todo partió con un llamado de Raúl Cruzat, quien estudiaba en la Católica de Valparaíso. “Estábamos haciendo música acústica y preguntamos si había alguien que tocara flauta traversa. ‘Yo tengo un compadre’, me dijeron. Y aparece el Thomy”, cuenta Cruzat.

Necesitaban también un tecladista. Desde el Colegio Alemán les contaron que había un alumno que tocaba bien piano: Pancho Puelma, quien años después -convertido en cantante profesional- llegó hasta el Festival de Viña. Keller y Cruzat lo ficharon, y juntos crearon el grupo Leña Húmeda, cuya música ellos definen como “rock andino”.

“Teníamos la escoba en Viña, porque en ese momento no había música, no había tocatas ni conciertos en vivo. Era la época de oro del toque de queda. Y nosotros tocábamos en pubs, en la Santa María, en la Universidad de Chile, en discos de moda. Realmente era un acontecimiento en Viña”, dice Cruzat.

Keller, además de tocar la flauta traversa, cantaba. Le gustaba subirse al escenario con la camiseta de San Lorenzo de Almagro -su equipo argentino favorito- y pantalones de pierna ancha. “Nosotros tocábamos, pero el gallo que la llevaba era el Thomy. Se paraba adelante y con el micrófono lideraba. Tenía mucho arrastre con las minas. Para acá algo salpicaba, pero el más agraciado de todos era él”, recuerda Cruzat.

Así también lo recuerda su compañero de universidad y amigo Ricardo Macchiavello. “Tenía arrastre. Cuando entramos a la universidad, él ya pololeaba con la más estupenda de segundo año”.

De lunes a viernes, los integrantes del grupo se concentraban en la universidad. Pero los sábados partían en el auto de la mamá de Keller -un Volkswagen rojo descapotable- a Quilpué, a ensayar en el subterráneo de la casa del baterista. “Nos tomábamos muy en serio este tema”, dice Keller. En el Teatro Caupolicán, en Santiago, ganaron una vez un concurso entre 14 bandas. “Ahí nos hicimos ‘famosos’, entre comillas -recuerda Keller-. Nos empezaron a invitar a programas. Fuimos a Gira Girasol, de TVN, y Sábado Gigante. Fueron nuestros 15 minutos de fama”.

-¿Y nunca pensó en dedicarse 100% a la música?

Sí, en algún momento. Pero luego decidí que me iba a dedicar a la Ingeniería Comercial, a los negocios, y mantendría la música como un lindo hobby. Pero antes, en algún momento, lo pensé. Tuve un lapsus de falta de realismo y pensé que podía ganarme la vida haciendo música. Afortunadamente, me di cuenta que eran más ganas que talento y opté por relegar la música a una parte muy importante de mi vida, pero como hobby.

Al parecer, Keller no se equivocó en su decisión. Una vez titulado, trabajó como analista en el Grupo BHC y luego en el área de finanzas de Inforsa, filial de la CMPC. Después se fue a hacer un MBA en la Universidad de Chicago. “Una experiencia bonita, pero dura. Llegaba a las ocho de la mañana a la biblioteca y me iba a las nueve de la noche. Hoy quizás estoy un poco arrepentido de haber sido tan fanático del estudio”, recuerda.

De regreso en Chile trabajó como subgerente del área forestal del grupo Shell, que más tarde lo envió a Londres para coordinar proyectos en Africa, Asia y Sudamérica. En la capital inglesa vivió cuatro años, junto a su esposa y sus hijas. “Vivíamos en las afueras, en la campiña inglesa. Era la combinación perfecta entre la gran ciudad cosmopolita y el contacto con la naturaleza”.

En 1994 partió a la minera Collahuasi, como vicepresidente de finanzas. Dos años después, Diego Hernández llegó a la empresa como presidente ejecutivo. Allí ambos se conocieron. “Empezamos a trabajar juntos, pero después (en 2001) Diego decidió emprender nuevos rumbos y los dueños me ofrecieron asumir su cargo. Yo acepté”, cuenta. Keller hizo una buena gestión allí. En la memoria del 2006, como presidente ejecutivo de la minera, Keller escribió que Collahuasi obtuvo uno de los mejores resultados financieros de su historia: “La utilidad del ejercicio por US$ 1.791 millones supera la suma de los resultados obtenidos durante los cinco años precedentes”.

Thomas, una duda: ¿Usted y Diego Hernández son amigos?

No, no somos amigotes, ni amiguis, ni nada. Nos conocemos hace mucho tiempo y nos caemos muy bien, pero socialmente no tenemos mayor contacto. El comparte un poco la misma filosofía que yo: que el trabajo hay que separarlo de la vida social.

Thomas Keller tiene fama de ser un negociador duro. Pero él derriba el mito: “No, eso no es cierto. La gente confunde ser directo, franco, no andar con rodeos, con ser duro. Los que realmente me conocen saben que soy así: directo, franco, quizás duro en algunos juicios, pero jamás una persona dura, cerrada o intolerante”.

-O sea, eso que dicen de que usted tiene ese lado tan alemanote es mentira…

¡Yo soy lo menos alemán que hay! En el anuario de mi colegio, de los Padres Franceses, dice: “He aquí un fenómeno de la naturaleza. En un cuerpo, con un nombre y con un semblante totalmente alemán, se esconde un carácter absolutamente latino”. ¡Mi carácter es totalmente latino! Así que eso de que soy alemán cuadrado no tiene ningún asidero, como dirían los políticos.

Quienes lo conocen en Codelco dicen que Keller es un tipo al que no le gusta despilfarrar el tiempo. Que cuando uno habla con él, hay que ir enseguida al meollo del asunto, sin vueltas. Que en eso, incluso, él es un poco impaciente. Un colaborador cuenta que no son pocos los que le tienen “un respeto extremo, casi algo de miedo”.

Keller lo sabe. Por eso, en varias situaciones de trabajo recurre al humor -cualidad que sus amigos destacan-, con improvisadas bromas que dice casi al pasar. Como cuando el jueves pasado fue por primera vez como presidente ejecutivo de Codelco a visitar la mina El Teniente.

Llegó a las 9 AM y empezó la primera reunión. El ambiente era formal, un poco tenso, y él, al poco andar, se despachó la primera broma de la mañana: “El precio del cobre cayó, así que…”. Se escucharon carcajadas.

Luego visitó la oficina de Octavio Araneda, gerente general de la división El Teniente, para ponerse bototos y chaqueta de seguridad. “¿De quién es esta oficina tan grande?… ¡Acá caben varios, ah!”, amenazó, riéndose.

Más tarde saludó de mano a los presidentes de los sindicatos de la mina. “Quiubo”, les iba diciendo. Con ellos, por 20 minutos, fue su segunda reunión. Al salir, mientras subía una escalera, escuchó que dos personas detrás de él se reían. Uno era Juan Pablo Schaeffer, gerente general de asuntos corporativos y sustentabilidad de Codelco.

-No se estarán riendo de mí, ¿cierto?

-¡No!, ¡jamás nos reiríamos de ti! -le respondió Schaeffer. Alrededor se escucharon risas.

Keller es también hiperquinético. Lo reconocen sus amigos y él mismo. No deja de moverse un segundo, ni siquiera cuando está sentado. “Es parte del déficit atencional que todavía no he superado”, dice, en broma.

El nuevo presidente ejecutivo de Codelco se come todos sus lápices. “Uso un lápiz al día. Un Bic al día. Me los como, los rompo. El problema es que no me gustan comidos, por eso mi secretaria me deja todos los días uno nuevo”, cuenta, algo avergonzado, sentado en el auto que lo trae de vuelta desde El Teniente.

A ratos, dice, se considera trabajólico. Un cercano dice que es mucho más noctámbulo que diurno, como buen músico. Cuando hay temas que requieren atención, se dedica 100%. “Es muy autoexigente. Se pone el sombrero del trabajo y es otra persona. Pero llega el fin de semana y todo cambia”, dice Macchiavello. “Sé valorar el ocio. Y lo gozo enormemente”, reconoce Keller.

A Thomas Keller le gusta el fútbol y la selección chilena. “Cuando hay un partido, nadie lo quiere ver conmigo… Me pongo tan neurótico que todos escapan”. Es hincha furibundo de Santiago Wanderers. Pero lo que practica casi todas las semanas es golf. Tanto le gusta, que sus amigos crearon la Copa Thomy. “Una vez nos reclamó que nadie se acordaba de su cumpleaños, que es el 26 de diciembre. Entonces, hace seis años, decidimos hacer un campeonato de golf, que se juega el tercer sábado de enero. Ahí le celebramos el cumpleaños y terminamos con una gran comida”, cuenta Macchiavello.

Su grupo de amigos no es numeroso. “Es de pocos, pero buenos amigos”, dice un cercano. “En general, es gente de un perfil un poco más artístico e intelectual. Que pasa de cantar canciones en la mesa a discutir de filosofía”, dice Macchiavello. Dentro de ese grupo, a Keller lo llaman “El Alemán”.

A veces va al gimnasio. “Para mantener la forma”, dice, porque es “relativamente” vanidoso. En poco más de dos meses, ha bajado 12 kilos. “Fui al médico por un chequeo de Codelco y me dijeron que tenía que hacer un cambio de alimentación. Antes era capaz de bajarme un helado Edy’s completo”, explica.

Está casado hace 29 años con Mary Anne Flaten, con quien tiene tres hijas: Nicole, Antonia e Ignacia. Su primera nieta nació en octubre. Fue un hecho cubierto hasta por los medios, por razones no esperadas. Cuando la hija de Keller tenía cinco meses de embarazo, a su guagua le diagnosticaron una malformación en la columna. Le hicieron entonces una operación intrauterina -la primera en el país-, que resultó exitosa. Dicen que Keller organizó todo. El es más modesto: “Las grandes gestoras de esa operación fueron mi señora y la Nicole. Se consiguieron todo, los doctores que vinieron a Chile. Yo sólo apoyé. Fue una situación complicada desde el punto de vista médico. Y hemos tenido suerte. Ahí está mi nieta, la Ema Teresa. Ha salido adelante”.

Keller dice que los domingos tratan de almorzar todos juntos. Las tardes, eso sí, las tiene reservadas para la música. Para practicarla, exactamente, a partir de las 19.30.

A esa hora, Raúl Cruzat lo espera en su casa con un “tintito” y todo listo para ensayar. Tocan dos horas, junto al hijo de Cruzat. “Por lo general, hacemos covers. A veces tocamos canciones de Leña Húmeda, pero ahora estamos pegados con Peter Gabriel. Es que Thomas debe ser uno de los gallos buenos en Chile que cantan Peter Gabriel”, dice su amigo. Keller reconoce que es fanático del ex Genesis: “Me encanta cantarlo. Es, lejos, mi músico favorito. Cuando vino a Chile estuve en primera fila.

Hace una semana y media, Thomas Keller asumió oficialmente como la cabeza de Codelco. No puede ocultar su orgullo. “Estar en Codelco es jugar en la Selección. Y ser el capitán de la Selección es doblemente prestigioso. Es una tremenda oportunidad de devolverle la mano a un país que me ha tratado tan bien. No olvidemos que soy hijo de inmigrantes. Acá, soy primera generación y alguien de primera generación que pueda liderar la principal empresa del país es tremendamente satisfactorio”.

Para la ceremonia oficial de bienvenida, Keller hizo un discurso que duró 15 minutos. Lo escribió él, pero cuando subió al escenario lo hizo sin ningún papel en las manos. No leyó ni una sola línea.

“No me gusta leer discursos cuando no son muchos los detalles que tengo que comunicar, sino más bien sentimientos. Ese jueves lo que comuniqué fue lo que estaba sintiendo en ese momento. Y eso fluye espontáneamente. Es como cuando tocas una canción que te gusta mucho, no necesitas la partitura… Qué buena esa frase, me gustó”.

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