Las imborrables huellas de los campamentos mineros

18 agosto, 2014
Chuquicamata antiguo
Chuquicamata antiguo

Chuquicamata, uno de los campamentos símbolos de la gran minería del cobre que se desarrolló durante el Chile del siglo XX. Cerró definitivamente el año 2007.

Chuquicamata, El Salvador, Sewell y las oficinas salitreras se han transformado en lugares trascendentales para la memoria histórica del país. Con un pasado que ha dejado marcas a nivel económico, político y social, en el presente estas zonas han adquirido un valor significativo.

Camila Morales – Revista Nueva Minería y Energía
 

A los ojos del mundo, Chile es un país intrínsecamente minero. Desde antes de la llegada de los españoles a esta larga y angosta faja de tierra, las comunidades indígenas que habitaban esta zona ya extraían cobre desde la cordillera de Los Andes para fabricar herramientas y adornos.

Tras el período de la conquista, lo que sigue se transforma en uno de los procesos económicos más relevantes para la historia nacional. Los recursos naturales comienzan a adquirir protagonismo y con ello se inicia la expansión de la industria minera principalmente en las zonas del norte del país.

Este auge productivo rápidamente llega a oídos de la población en el centro y sur de Chile. Comienza así el fenómeno de los desplazamientos poblacionales hacia estos lugares, un proceso de migración donde los agricultores del sur se transforman en los nuevos obreros mineros del norte.

La búsqueda de trabajo obliga a que familias completas busquen un asentamiento en las zonas prolíficamente mineras. Es en este período cuando emergen los primeros campamentos vinculados con la industria del carbón, luego con la del salitre y posteriormente con la explotación del cobre.

Así, a partir del siglo XX nacen los “territorios mineros” como resultado de la necesidad de mano de obra y la industrialización de los recursos naturales, transformándose en lugares emblemáticos de la memoria colectiva de los trabajadores.

Y aunque el común de los chilenos está consciente del enorme peso que esta actividad ejerce sobre el futuro de la nación, gran parte de la ciudadanía desconoce la historia y la realidad interna de las zonas mineras. Es por eso que resulta propicio conocer estos lugares, donde miles de personas dejaron una huella imborrable para la historia nacional.

El valor de los asentamientos mineros

La migración de obreros en busca de nuevas oportunidades hacia el norte del país, también implicó el traslado de miles de mujeres y niños.

La migración de obreros en busca de nuevas oportunidades hacia el norte del país, también implicó el traslado de miles de mujeres y niños.

Para la doctora en Historia y académica, María Angélica Illanes, la importancia que tienen los campamentos mineros emblemáticos como Chuquicamata o las oficinas salitreras, tiene relación con la memoria colectiva de los trabajadores del sector y la sociedad en general.

“La memoria, en cuanto al acto de traer al presente lo ausente vivido, tiene una fuerte connotación ‘espacial’. Lo vivido se ha vivido siempre en ‘un lugar’, el que se carga de la energía y de las imágenes de la vida o de las vidas que lo habitan o que lo habitaron”, explica la historiadora.

Es el caso de estos asentamientos, donde a partir del siglo pasado configuraron diversas regiones del norte, al establecer nuevas relaciones territoriales. “Este fenómeno alcanza una dimensión más fuerte cuando en esos lugares se viven experiencias colectivas significativas, que dejan profundas marcas de sentido en dichas zonas”, agrega Illanes.

Chuquicamata, El Salvador, Sewell y las oficinas salitreras, forman parte de los campamentos mineros que transformaron la ampliación e integración del espacio territorial en regiones como Antofagasta, Iquique, Atacama y más hacia el sur del país, en Rancagua.

“Me parece que este es el caso de las salitreras, por ejemplo, las cuales son lugares emblemáticos de la memoria colectiva de los trabajadores del salitre y de la sociedad chilena, en tanto constituyen ‘marcas de sentido’ configurativas de un ‘destino’ de país”, detalla la historiadora.

En el último tiempo, tanto el aparato público como privado han fomentado la preservación de estas zonas por medio de iniciativas que buscan mantener vigente la relevancia histórica de los campamentos. Para María Angélica Illanes, es importante que en este proceso no sólo se busque conservar la materialidad del espacio, sino que se avance hacia una “memoria viva”.

“Mientras la ‘conservación como museo’ es un cuidado de tipo-mausoleo, la ‘conservación como memoria’ es un permanente acto de vivificación, resignificación y comprensión de nosotros mismos en tanto somos esa historicidad que nos constituye. Por lo tanto, el desafío es siempre la articulación y complementación de ambas modalidades de conservación: el cuidado y resguardo del cuerpo y su vivificación significativa como memoria de la sociedad presente”, explica.

Y a pesar de que el paso de los años puede desvanecer las huellas de los acontecimientos y personajes que formaron parte de estos lugares emblemáticos, la significancia de aquellos asentamientos para la memoria colectiva de futuras generaciones ha tomado peso.

El esplendor de las oficinas salitreras

oficinas salitreras

En 2005 Humberstone y Santa Laura fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad, además de estar incluidas en la Lista del Patrimonio de la Humanidad en peligro.

El auge de la industria del “oro blanco” se situó a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, totalizando cerca de 170 oficinas salitreras ubicadas principalmente en el desierto de las regiones de Tarapacá y Antofagasta.

Las condiciones de aislamiento y aridez, generó el surgimiento de pequeños pueblos cercanos a la extracción y procesamiento del salitre, donde se instaló la administración del centro minero, las viviendas de los trabajadores, la escuela, la plaza principal, el teatro monumental y las famosas pulperías.

De acuerdo a datos del Consejo de Monumentos Nacionales, al 2013, del total de las oficinas salitreras que existieron en plena época productiva, sólo 30 están en condiciones de ser conservadas. De estas, Humberstone y Santa Laura fueron declaradas Monumentos Nacionales y Patrimonio Cultural de la Humanidad, transformándose en importantes puntos turísticos de la zona.

Históricamente, ambos lugares ubicados en la comuna de Pozo Almonte, son sinónimo del pasado de esplendor que vivieron las oficinas salitreras, cuando Santa Laura llegó a poseer una población de 425 lugareños, mientras que Humberstone sobrepasó los 3.500 habitantes.

“En 100 años más, cuando se hable de la pampa y el salitre, no habrá ningún testimonio y espero que estén mis libros para que se sepa cómo era el lugar”, señaló en 2013 el escritor Hernán Rivera Letelier, en alusión a la falta de conservación de estos lugares denominados “pueblos fantasmas”.

Chuquicamata y el auge cuprífero

Si existe un asentamiento que encarna con propiedad la esencia de los campamentos mineros, ese es Chuquicamata. En comparación a las experiencias con las oficinas del salitre, este yacimiento organizó el asentamiento en torno a tres unidades.

Primero, se encontraba la planta elaboradora, donde se llevaban a cabo las funciones productivas del metal rojo; en segundo lugar estaba el “campamento nuevo”, donde estaban las habitaciones de los obreros y sus familias; y por último, el “campamento americano”, para empleados y técnicos profesionales.

Donde se situaban las habitaciones de los trabajadores se construyó el club social, la escuela mixta, el club obrero Chuquicamata, un estadio y un hospital, entre otros servicios y equipamientos que configuración el territorio y el desarrollo social y económico de la zona.

En 1996, ante la necesidad de ampliar el yacimiento para mejorar la competitividad, Codelco diseña el “proyecto traslado”, plan que da fin a una prolífica historia del lugar el 31 de agosto de 2007, fecha en que se realiza el cierre definitivo de este campamento minero.

El traslado hacia Calama de las más de 18 mil personas que habitaban la zona, además de involucrar una inversión de US$ 600 millones en la construcción de nuevas viviendas y otras obras, también significó una alteración a la vida social y cultural de los habitantes.

“Eso de que el campamento iba a desaparecer nosotros inconcientemente ya lo sabíamos, era un secreto a voces, pero nadie se atrevía a asumirlo”, señaló en 2007 un ex habitante de Chuquicamata.

El paso de la historia a través de Sewell

Sewell

El campamento Sewell alcanzó a albergar a más de 15 mil personas. La también llamada “ciudad de las escalera” es hoy Patrimonio de la Humanidad.

Luego de que en 1905 el gobierno de la época autorizara al norteamericano William Branden explotar la mina El Teniente, el empresario dio paso a la construcción del primer asentamiento minero industrial de cobre en Chile.

El auge del metal rojo generó la demanda de más trabajadores en 1968, año en que el campamento Sewell alcanzó a albergar a más de 15 mil personas en los 175 mil m2 construidos en la llamada “ciudad de las escaleras”.

Este particular nombre se debe a que el campamento fue construido en la abrupta ladera del cerro negro, lo que no permitió la construcción de calles para vehículos, estructurando el lugar en torno a una gran escalera central que recorre todo el campamento.

Además de esta singularidad, los llamativos colores con que fueron pintadas las casas también marcaron una nueva vanguardia en los asentamientos mineros y para la vida de los obreros y sus familias.

Luego de que entre 1968 y 1980 los habitantes fueran trasladados a Rancagua, el campamento se transformó en una nueva pieza histórica para la minería nacional, confirmando su relevancia en 1998, cuando Sewell fue declarado Monumento Nacional, y en 2006 cuando Unesco declaró el asentamiento como Patrimonio de la Humanidad, por su incalculable valor histórico y cultural para Chile y el mundo.

El Salvador, el último campamento

Ubicado a 2.000 metros de altitud, El Salvador se ha identificado como el último campamento minero emblemático vigente. A pesar de que según las planificaciones de Codelco el cierre de las operaciones estaba previsto para el 2011, la cuprífera informó que se extenderá la vida útil del yacimiento hasta el 2021.

Fundado en 1959 en la región de Atacama, este campamento ha destacado por su diseño urbano semicircular, el cual calza con la topografía del terreno donde se inserta. Además, se realizaron obras estructurales que no tuvieran notables diferencias entre obreros y profesionales, como ocurrió en el caso de Chuquicamata.

En su momento de apogeo durante los años ’80, en este lugar habitaron más de 15 mil habitantes, cuando trabajadores mineros y sus familias insertaron su vida social, económica y cultural alrededor de este centro productivo minero, el cual se ha transformado en una verdadera ciudad con el paso de los años.

“Desde sus inicios el proyecto contempló un trabajo de ingeniería social, que incluyó estímulos para el desarrollo armónico de la vida familiar. Ello significó un esfuerzo por ofrecer las mejores condiciones de vida para los trabajadores y sus familias que habitarían este poblado inserto en un medio tan hostil como es el desierto de Atacama”, explica Codelco sobre este asentamiento.

Noticias Relacionadas